viernes, 27 de abril de 2007

Loquear

Mis tías siempre usaban la palabra loquear. "Las niñas andan loqueando", decían cuando andábamos corriendo por el patio de la casa de Buin, o cuando nos reíamos por ahí medio escondidas con mi hermana y la Bárbara, como si estuviéramos tramando algo, aunque generalmente no tramábamos mucho.
En realidad, todos los primos éramos bastante tranquilos, a excepción del Pato que nos incitaba a hacer leseras. Y como era más grande nos dominaba y terminábamos haciendo estupideces que se salían de los márgenes del
loquear. Porque loquear es una palabra para referirse a acciones bastante inocentonas. Es el germen del desenfreno, pero sólo el germen. El loquear se ve superado por el desenfreno y resulta inútil para referirse a él.
Hay que decir que las tonteras que hacíamos con el Pato no eran muy graves, pero sí suficientes para sacar un poco de quicio a mi mamá y sus hermanas y por lo tanto, bastaban para superar a la palabra
loquear.
Una vez nos subimos todos a una gran repisa de madera, que el Tata ocupaba para dejar sus plantas. Estábamos la Bárbara, la Cote, el Pato, Gastón y yo. Por supuesto que la repisa, que no estaba preparada para el peso de cuatro niños, se cayó un par de segundos después de que lográramos afirmarnos todos arriba. Y el mayor damnificado fue Gastoncito, el más chico de todos, quien con un aterrador grito, hizo que de un segundo a otro todas mis tías y mi mamá estuvieran gritando de espanto alrededor de nosotros y retando efusivamente al Pato, quien era el eterno responsable de nuestras travesuras. Pero mi mamá y mis tías no consideraron eso como una simple travesura sino como una acción desbordada, fuera de límites, desenfrenada. Era ese tipo de cosas que no cabían en el
loquear y a mis tías, eso parecía no gustarles.